Como toda primera vez, quizás la
“primera relación” con el vino no haya sido para muchos la mejor
experiencia. Desde chicos hemos visto y sentido con nuestro olfato,
aunque sea desde lejos, el vino. Sin embargo hay un momento en el que
nuestra boca toma contacto por primera vez con
el vino. Así como el
“primer beso”, ese que recordamos con cariño pero que bien
sabemos no ha sido el que mejor hemos dado o nos han dado, el primer
contacto con el vino por general no es el mejor. Seguramente no hemos
sido nosotros los que tomamos la decisión de comprarlo, sino que
alguien ha sido el encargado de esa tarea y nos ha insistido que lo
probásemos. Eso hace que hayamos tenido que “recostarnos” sobre
el gusto de otro y no del nuestro. La falta de costumbre ha hecho que
el primer impacto no sea bueno. Ese sabor extraño que invade nuestro
paladar y lo “ataca” como si fuera una batalla. Pero pronto llega
la “paz” y el líquido comienza a “acariciar” nuestra boca,
para sumergirse en nuestra garganta, dejando aromas y sensaciones al
pasar. Todo es nuevo, olores, colores, texturas.
Sinceramente no recuerdo su nombre,
aunque dudo que se enoje por eso. Lo que si recuerdo es que más allá
de si fue buena o mala, si fue o no la mejor, la experiencia fue
única. Nunca habrá otra primera vez, y aquel fue el momento que
marcó el comienzo de mi “amor” por el vino, un amor distinto al
de las relaciones humanas, pero un amor al fin. Con el tiempo aprendí
a respetar al vino, a conocerlo, a disfrutarlo y tratarlo con el
“cariño” que merece. Quizás peque de infiel al no “casarme”
con una etiqueta, pero así son las relaciones con el vino. La
primera marco el comienzo, las otras no tendrán final mientras se
pueda.
Por Bruno Zani
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