Querida amiga:
Ya han pasado varios años de
aquellos lindos momentos que compartimos juntas. Atrás quedaron
nuestros días en la bodega. Allí nos acompañábamos en la
oscuridad de esas habitaciones, compartiendo horas, días y meses de
reposo. Recuerdo como si fuera ayer ese día en que el vino quedó
atrapado en nuestro interior, cubierto por ese lindo “sombrero”
de alcornoque que aún tenemos, a la espera de que alguien se lo
lleve para siempre. Tantas cosas nos contamos, tantos secretos aún
guardamos. Todavía extraño las caricias de esos hombre que
trabajaban en la bodega, de esos muchachos que nos acostaron y
cuidaron durante esos meses, casi como si fuéramos una mujer
embarazada. Todo era perfecto, el clima, el silencio, la
tranquilidad. ¿Que más podíamos pedir?. Nos manteníamos “al
desnudo” sin que nadie nos molestase.
Pasaron esos meses y nos vistieron. Nos
pusieron la misma ropa amiga, esa que tenía grabada el año de
nuestra gloria, el nombre de nuestros dueños, entre otras
inscripciones.
Luego pasamos a esas horribles cajas de
cartón. ¡Eso si que era encierro!. Nos movíamos de un lado a otro
en los depósitos, para luego viajar hacia algún lugar desconocido.
Todo esto encerradas, metidas allí adentro sin poder respirar. Otra
vez quedábamos quietas en algún galpón, siempre dentro de la caja.
Solo sabíamos donde estábamos por las “voces” de las personas.
A veces eran voces familiares y otras con acentos totalmente
extraños. Finalmente habíamos llegado, otra vez juntas y
descansando en esas bellas estanterías de vinoteca. Cuanta gente
veíamos, iban y venían. Algunos coqueteaban con nosotras por
algunos instantes, nos acariciaban y luego nos volvían a dejar en el
lugar. Quizás nos quedábamos con las ganas de habernos ido, de
haber conocido otro lugar, de haber encontrado alguien que nos
eligiera entre las demás, que nos creyera únicas. Por supuesto que
nos quedaba el consuelo de seguir una al lado de la otra. ¡Que
tiempos amiga!. Cuantas anécdotas, cuantas historias nos tenían
como testigo. Como no recordar a esas maravillosas personas que nos
cuidaban en la vinoteca. Nos mantenían limpias, nos cuidaban de los
calores y también de los fríos.
Hoy querida amiga tengo que decirte que
te extraño. Ya no es lo mismo sin estar a tu lado. El destino nos ha
separado. Desde aquel día que ese hombre me tomo en sus manos es que
tengo esta rara sensación. Añoro esos días junto a vos, aunque me
siento feliz. Hoy me atesoran y me miman, me tienen nuevamente en
reposo. Me dicen que están esperando una ocasión especial, el
momento justo para quitarme el sombrero y así compartir con ellos
esto que llevo dentro. Será ese el día que me sienta realizada, y
que logre la tarea que me encomendaron.
Espero que estés bien cuidada como yo
y que aún no sea tarde para que leas esta carta. Si lo es, es porque
vos ya has logrado tu objetivo. Quiero que sepas que atesoro en mi
memoria cada momento que compartimos. Te mando un “golpecito
complice”, como esos que nos dabamos cuando queríamos mimarnos
entre nostras. Hasta siempre.
Tu amiga botella.
Autor: Bruno Zani
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